Hormiga a bordo

 


El Ice Lady II amarrado en el Puerto de Talcahuano, Chile

Tenemos el honor de publicar a continuación la experiencia de Hernán Alvarez Forn (Hormiga Negra) que unió los puertos de Punta Arenas y Talcahuano a bordo de Ice II.

"Nunca se sabrá cómo hizo Magallanes para navegar con un velero de velas cuadras desde el Atlántico hasta el Pacífico con porque está comprobado oficialmente que la última vez que sopló desde el Este fue muchos años antes que él llegara a la zona. Por lo menos eso lo corroboramos personalmente los tripulantes del Ice Lady Patagonia II durante la escala en Punta Arenas. Para ir del muelle al centro – Este a Oeste – había que ir bordejeando hasta en el taxi y a la vuelta bastaba ir con los brazos abiertos dejándose llevar.

En el barco se estaba colocando un nuevo radar y cuando los operarios subían casi flameaban. El puerto se cerraba y abría de a ratos y la partida se postergó hasta la noche del lunes, para embaucar a los participantes, porque unas horas más tarde se largaba un Oeste furibundo que no nos abandonó mientras estuvimos en el estrecho. Que yo recuerde nunca había soportado una paliza semejante: olas cortas pero agudas, viento impiadoso de 40 a 60 nudos, lluvia cegadora que tupía hasta al radar, golpes y cabeceos violentos…en fin, lo que se llama una navegación de placer, a pesar de lo cual siempre hubo buena comida – mérito del nuevo cocinero a prueba de bandazos.

A todo esto la flota se había desparramado. Algunos volvieron, a la Libertad la vimos gareteando atravesada y delante nuestro sólo quedaron el Esmeralda y el Gloria. En dos ocasiones intentamos fondear en caletas desconocidas, pero en ambas se nos habían anticipado naves rústicas locales que ocupaban el lugar estratégico para la borneada, que en esas profundidades tiene un radio enorme, de modo que medio obligados, seguimos aguantando.

Al fin llegó el momento de entrar en los canales. El viento quedó agazapado detrás de los cerros y la marejada se amansó, pero para que no bajáramos la guardia, quedó la corriente y las angosturas, varias de ellas que tuvimos que pasar de noche –y, claro, con lluvia.

En general no son demasiado espeluznantes, salvo la famosa Angostura Inglesa, en la que hay que realizar la pirueta de un zag zag entre piedras agudas, durísimas y de mala entraña, ayudados por la corriente que se pone de costado y hace gorgoritos en la superficie. Lo recomendado para buques grandes es pasarla con la estoa – marea parada – y eso nos iba a ocurrir a eso de las diez de la mañana, pero llegamos antes y dada nuestra maniobrabilidad y tamaño, nos largamos aun con el cruce de una lancha de pescadores y superamos con felicidad el gran obstáculo.

El mal afamado golfo de Penas, quizá por compensar la maldad del estrecho, nos trató como niños mimados, con una suave brisa, lógicamente de proa, pero escasa.

Escribo esto ya en el Pacífico, con su típico mar de fondo que mece al catamarán con ritmo de arrorró, y un viento que se esfuma por el Sur.

Al salir de los canales estábamos terceros, con sólo el Esmeralda y el Gloria una diez horas adelante y la Libertad, dos atrás. Por afuera y a unos diez nudos ahora la Libertad nos ha pasado.

De la cocina sube un grato aroma a tortilla por lo que voy a interrumpir mi informe por razones de supervivencia. ¡Hasta la próxima!"



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